26.3.12

Goethe, Napoleón, Dupin y los nuevos emprendedores

...
Reseñando en The New Republic una nueva traducción inglesa de Werther, Rachel Shteir recuerda que Napoleón leyó más de una vez la novela de Goethe y que, a juicio del emperador francés, en ese libro había un error fundamental: el hecho de que Goethe diera al joven Werther dos motivos para suicidarse, en vez de sólo uno, según mandaban los cánones clásicos de la tragedia. Napoleón pensaba que ese rasgo rompía la economía elemental del relato.

En los últimos días estuve releyendo los cuentos de Poe, que son, dicho sea de paso, un ejemplo de economía narrativa. Mi inclinación natural me llevó a comenzar por The Murders in the Rue Morgue y The Purloined Letter, los misterios policiales resueltos por el señor Dupin, que (salvo por algún precedente en Hoffman y otro más borroso en Voltaire) fundaron el género. Lo bueno de releer cuentos de enigma escritos por un maestro es que, conocida de antemano la solución, uno puede prestar atención a otros detalles.

En los dos cuentos de Poe, la acción en sí es menor: los crímenes, si eso son, más que cometidos son observados. Hay momentos específicos en que el narrador y el señor Dupin los discuten y los repiensan, pero hay otros momentos de meditación que no tienen que ver con los misterios criminales: el inspector de policía llega a la tétrica casona rentada por los dos caballeros y los encuentra a oscuras, en silencio, sentados en sillas paralelas, reflexionando sobre otros asuntos, acerca de conversaciones previas de ciencias y filosofía, sin intercambiar palabra, como en la callada sobremesa de una cena hecha de ideas y abstracciones.

Ante esas escenas, escritas a mediados del siglo diecinueve (The Murders in the Rue Morgue es de 1841), me resulta casi imposible no pensar en Napoleón, la figura preeminente de la historia europea en las décadas anteriores: Dupin y su amigo narrador, ejemplos fundacionales de la figura del héroe racionalista en la literatura decimonónica, se entregan a la meditación en la misma París donde, años antes, Napoleón, en los entreactos de su campaña imperialista, se daba un tiempo para releer a Goethe y observar, con la minuciosidad de un académico, las virtudes y los defectos de composición de un texto ficcional. La misma ciudad donde, en 1844, Comte iba a publicar su Discurso sobre el espíritu positivo, que luego, influyendo sobre Mills, desembocaría en varios de los postulados que hoy defiende el liberalismo. (Los mismos cuentos de Poe sólo podían haber sido escrito en esa época, con el positivismo flotando en el aire).

Pienso en eso y acabo preguntándome cómo es que tantos falsos liberales de hoy, tantos usurpadores del liberalismo, parecen sentir horror ante la figura del intelectual meditativo, el académico y el pensador. En qué momento tantos supuestos descendientes del racionalismo francés y del positivismo y del liberalismo inglés optaron por convertirse en obscenos alcahuetes del espíritu emprendedor, echando a un costado del camino, como el cadáver de un enemigo aniquilado, cualquier valor asociado con la intelectualidad, como si no se pudiera ser emprendedor y reflexivo a la vez, ejecutivo y filósofo: como si el práctico Dupin, pragmático solucionador de enigmas (y que los resolvía a cambio de dinero: eso ocurre en The Purloined Letter) no le hubiera encontrado importancia alguna a, de vez en cuando, apagar todas las luces de su casa para simplemente pensar.
...

24.3.12

Matadores y mataderos

...
El reciente ensayo de mi amigo Eduardo González Cueva sobre lo que él llama la hipocresía de los antitaurinos es tan digno de atención que debería ser recitado en el centro de la arena de Acho, de preferencia en traje de luces. Aunque, a juzgar por la única vez en que vi a Eduardo parado frente a un toro, unos veinticinco años atrás, es bueno hacer notar que se trata de un ensayo estrictamente teórico y que la relación de Eduardo con el ganado vacuno encuentra su mejor escenario en un plato de lomo saltado.

Como siempre, su texto está lleno de observaciones más que pertinentes: en efecto, la mayor parte de los que reclaman contra las corridas de toros no tienen reparos en alimentarse con la carne de animales industrialmente maltratados en condiciones bastante más desagradables que las que se dan en una feria taurina.

Y más crucial aun: es verdad que la retórica de los antitaurinos suele desbarrancarse en un violentismo de tono criminal y que, en sus discursos, la supuesta brutalidad de toreros y aficionados a la tauromaquia es respondida con fantasías que son una mera inversión o una simple extrapolación del aparente salvajismo: "ojalá un día te claven a ti las banderillas, te lancee un rejoneador, alguien te ensarte en su espada".

Cuando uno escucha esos alegatos se hace evidente que, en boca de quienes lo asumen de esa manera, el discurso antitaurino ha perdido cualquier valor. Porque, al menos de la manera en que yo lo veo, quizás con demasiada inocencia, lo que un antitaurino debería defender no es la dignidad del animal sino la dignidad del ser humano.

Quien se sienta ofendido razonablemente por el espectáculo del sacrificio violento de un animal debería, creo yo, tener como centro de su preocupación la idea de que el festejo de una forma de violencia degrada al que la ejerce y al que la celebra, y no tanto la idea de que el animal merece vivir una vida menos problemática y merece morir en una cama de hospital rodeado de sus seres queridos.

Y, si esa es la idea --salvando mi caricatura--, si lo que se quiere es reivindicar una humanidad capaz de vencer sus rituales violentos, entonces la posición antitaurina debería definirse a sí misma como un deseo humanista y no como un deseo de protección del animal, y, ciertamente, debería empezar por diferenciar claramente la humanidad de la animalidad, en lugar de asumir discursos en los que la violencia del humano contra el animal termina sublimada en fantasías de violencia contra otros seres humanos.

A pesar de que esté comentando el texto de Eduardo, yo no soy en verdad quien debería hacerlo, por una simple razón: porque a mí me da lo mismo que haya o que no haya corridas de toros. A mí me aburren y me parecen ceremonias monótonas que muchas veces se prestan al simple esnobismo. De hecho, lo único que me irrita de la tauromaquia es el afán de los taurinos de equipararla con formas de arte, de referirse a ella como "tragedia" y de encontrarle un aura estética que me resulta inexplicable. No conozco un arte que sobreviva a los siglos sin decir nada o sin decir más que una misma cosa monocorde o que sobreviva simplemente porque adula a sus cultores con la idea de que están disfrutando de una forma estética sublime cuando esa forma es notoriamente hueca. La tauromaquia no es un arte sino un rito; es, como dice Eduardo en su artículo, una tradición.

Como todas las tradiciones, sólo vivirá mientras alguien crea encontrarle algún sentido. (Que algo sea una tradición sólo quiere decir que ese algo fue una práctica significativa en su origen y que ha mantenido un cierto rango de significado sostenido en el tiempo). Si la tauromaquia existe ahora es porque ese sentido todavía parece reconocible para algunas personas.

Curiosamente, cuando uno pregunta por ese sentido, las respuestas suelen ser generales y bastante repetitivas (la escenificación de la tragedia en la lucha secular entre lo humano y lo bestial, o entre lo apolíneo y lo dionisiaco, el ballet de los trágicos opuestos, la danza del acecho irremisible de la muerte). No sé qué tan necesario sea ese ritual en la ciudad de Lima, que a veces parece ser toda ella una representación de las mismas cosas.

Más curioso aun es cuando uno encuentra a un taurófilo culto que nos remite a las corridas de Belmonte que jamás vio, o al Belmonte de Valdelomar y de los surrealistas españoles, o a las páginas de Hemingway: no puedo pensar en una forma de arte en las que el sentido únicamente asoma en la exégesis, en los demonios personales del exégeta, del crítico, del que describe el arte, y no en el objeto mismo. Junger, como muchos otros, le encontraba belleza y sentido a la guerra, y eso no nos lleva a aceptar que la guerra sea una forma artística.

La pregunta por el sentido de la comedia no es una pregunta demasiado viable; la pregunta por el sentido de una comedia en particular es perfectamente lógica y debería tener siempre una respuesta. He encontrado a muchos taurinos que me explican el sentido de la tauromaquia, pero jamás a uno que me explique el sentido de una corrida en particular sin que su explicación sea una reproducción exacta de lo que cualquier otro pueda decir sobre otra corrida.

Volviendo al texto de Eduardo: sí, pues, es verdad: quienes equiparan la muerte del toro con la posible muerte del torero (o incluso desean la segunda como preferible a la primera) están equiparando a humanos con animales, y al hacerlo aniquilan el único sentido atendible que podría tener su reclamo, que es el de defender la humanidad como algo distinguible del salvajismo.

Quizás el único punto débil del artículo de Eduardo es que, me parece, desconoce un poco el asunto de la crueldad en relación con el espectáculo. Es cierto que la carne que compramos en los mercados proviene de animales que no murieron de muerte natural después de firmar una autorización para la donación de sus órganos, pero también es cierto que el espectáculo es un componente de nuestra noción de crueldad: incluso quienes estamos, por ejemplo, en contra de la pena de muerte, convivimos con su existencia pero nos resulta más difícil convivir con el hecho de que en algunas partes del mundo sea un espectáculo público. Y si eso es cierto, entonces es cierto también que la corrida de toros puede ser más cruel que el sacrificio de un toro en un camal; no porque sea más sanguinaria o más dolorosa o más ignominiosa para el animal, sino porque visibiliza la crueldad del espectador.

Sin embargo... tampoco es enteramente cierto que el escenario cruento del camal nos resulte por completo ajeno o que nos sea indiferente. La narrativa breve sudamericana fue básicamente fundada por un relato argentino, El matadero (1838), de Esteban Echeverría, en el que se compara la brutalidad criminal de Rosas y los federales con la violencia del camal. Los argentinos, que deben de ser el pueblo más carnívoro del planeta, aprenden desde la escuela que el matadero es una seña de brutalidad. (Aunque, precisamente, el punto que Echeverría identifica como definitorio de la barbarie es cuando un humano es tratado como un animal). Y siguen comiendo carne. Y eso no es una forma de hipocresía, ni en Argentina ni en ninguna parte: es un síntoma de nuestra dualidad: del hecho de que somos animales que comen otros animales pero también somos humanos y por eso no lo hacemos sumergiéndonos en la sangre del animal asesinado.

Curiosamente, esto último podrían usarlo como argumento quienes están a favor y quienes están en contra de las corridas de toros: porque como ritual sirven para sublimar nuestra animalidad pero como espectáculo sirven para demostrarla.
...

19.3.12

El cadete Faverón

...
Hace unos años, un poeta malo y peor crítico, me cogió ojeriza porque varias veces le aclaré sus errores y le saqué en cara la superficialidad con la que se refería a temas cruciales como el de la violencia política peruana de las décadas del ochenta y el noventa. Pensando que encotraba una mina de oro, este poeta malo y peor crítico, se dio de narices un día en una revista canadiense con un artículo escrito por un exoficial de la Marina del Perú que defendía la idea de amnistiar a los excombatientes navales de la zona de Emergencia, idea que, por cierto, como saben mis lectores, yo no comparto y contra la cual muchas veces he escrito.

¿Por qué le pareció una mina de oro? Porque el artículo lo firmaba un Faverón Patriau. Un Faverón Patriau que no era yo, sino mi hermano, a quien he visto una vez en los últimos veinte años. Pero el mal poeta y peor crítico era además incluso una peor persona, y le pareció que publicar el artículo y subrayar los apellidos del autor sería una buena manera de desprestigiarme a mí, digamos, por contigüidad o por metonimia (había aparecido mi antología Toda la sangre y mientras la gente de derecha me acusaba de haber antologado a muchos izquierdistas radicales, la gente de izquierda me acusaba de haber antologado a escritores conservadores; todo lo cual, por supuesto, me hizo notar que había cumplido con mi deber).

Entonces, comencé a leer en blogs y en páginas web y a escuchar de terceras personas que yo era un ex oficial de la Marina de Guerra del Perú, un ex infante de Marina, que había peleado en la Zona de Emergencia. Un amigo escuchó, en un congreso de escritores en Chile, a dos autores peruanos que conversaban acerca del descaro de que un crítico que escribía sobre temas de violencia política fuera probablemente un criminal de guerra.

Y luego, en uno de esos días hepáticos en que la bilis se le desvía por las venas y le aprieta en las sinapsis, el mitómano de César Hildebrandt dedicó dos artículos a injuriarme, entre otras cosas, refiriéndose a mí como un ex cadete de la Marina. Era su manera de legitimar las habladurías. El problema, en ese caso, es que César Hildebrandt sabía que todo eso era falso, porque me conoce desde que yo era un niño, es tío de mis primos hermanos, era amigo de mi madre, solía pasar fines de semana en la casa de mis abuelos cuando yo era chico y porque años más tarde yo había sido compañero de su esposa en la facultad de literatura en la universidad: Hildebrandt mentía a conciencia y con conocimiento de causa. Hacía lo suyo: eso que él llama periodismo pero que otros llamamos difamación y mentira.

Como era obvio, otros de la misma calaña, aprendices de mentiroso, tomaron los artículos de Hildebrandt como apoyo para sus propias bajezas. Empezaron a referirse a mí como el cadete Faverón, incluso después de que demostré lo que todos quienes me conocen saben perfectamente: que yo terminé el colegio en diciembre de 1983 y el 14 de febrero de 1984 me convertí en estudiante de la PUCP, que yo jamás he pertencido a ningún instituto armado, que el ex oficial de la Marina es ese hermano al que no veo hace dos décadas (y quien no participó en ninguna acción antiterrorista ni mucho menos contra civiles, que sirvió toda su carrera en las oficinas del Ministerio de Marina y se retiró de la institución antes de que lo enviaran a la Zona de Emergencia, una persona sobre la cual jamás se ha formulado ningún tipo de acusación relativa a los años de la violencia, ni a ninguna otra cosa).

¿Quiénes asumieron el artículo mentiroso como palabra divina incluso después de probada su falsedad? Pues, personas como Marco Sifuentes, el pelele de las infamias mayores, el mismo que publicaba en su blog comentarios anónimos que insultaban a mi esposa, el mismo que bloqueaba todos los mensajes que yo le enviaba con aclaraciones mías acerca de cuál era la verdad. La gente del círculo de Sifuentes, desde entonces, ha usado esos artículos como una especie de arma destructora contra mí: saben que son sólo las imaginaciones de dos o tres inmorales, pero eso no les molesta. Han enlazado el artículo en sus blogs y jamás han expresado el menor arrepentimiento ni la menor culpa y, está de más decirlo, jamás se han excusado por la evidente inmoralidad de hacer tal cosa.

Hay una Pía Hildebrandt en ese grupo, que cada vez que siente que debe insultarme por algún motivo, envía a través del tuiter a sus lectores a leer alguno de esos artículos, como si ellos fueran una radiografía de mi espíritu. Hay gente hasta el día de hoy que envía comentarios a mi blog recordándome las atrocidades que, se supone, yo cometí en la Zona de Emergencia. Ustedes conocen buenas demostraciones del poder que tiene la prensa para destruir honras; aquí tienen otro ejemplo que recordar. Téngalo en mente la próxima vez que alguien les diga que lo que el Perú necesita son más periodistas éticos, morales, nobles, limpios e incisivos como el payaso mitomaniaco de César Hildebrandt.
...

18.3.12

Pasar piola

...
Vallejo nació un día en que Dios estuvo enfermo y cumplió ciento veinte años el día en que se celebraban los seiscientos episodios de Al fondo hay sitio.

Una vez producida la coincidencia, el noticiero nocturno de América Televisión  le dedicó un bloque entero, de unos diez minutos, a la fiesta de Betito y sus colegas, y un minuto --un minuto, el último minuto de la noche-- al aniversario del poeta. Y ese minuto incluyó la recitación de medio verso del poema "Masa".

¿Es necesario que diga quiénes se llenan los bolsillos con Al fondo hay sitio? Obviamente, los dueños de América Televisión, que son también quienes disponen qué se dice y qué no se dice en su noticiario, y que son asimismo los dueños de El Comercio, el diario en cuyas páginas, la semana pasada, se nos recomendó no leer a Vallejo.

En América Televisión y en El Comercio trabajan o colaboran personas muy respetables, entre ellas varios amigos míos (trabajé allí; renuncié el año 2000). Pero creo que es necesario decir que el respeto es algo que, así como se gana con las cosas que uno hace, así también se pierde con las cosas que uno deja de hacer. Y lo que muchos en América Televisión y en El Comercio están dejando de hacer es opinar acerca del enorme daño que la Corporación El Comercio le está causando a los peruanos, sistemáticamente, por pura conveniencia. Y algo semejante pasa en muchos otros medios.

Lo diré de otra manera: la prensa peruana en general está llena de periodistas respetables y periodistas de opinión respetables y editorialistas e investigadores y reporteros respetables, que respetablemente opinan e informan sobre cientos de problemas, conflictos, polémicas y oscuridades y que mantienen sus respetables prestigios siempre respetables y respetablemente mantienen sus puestos de trabajo. El problema es que la prensa peruana es una de las entidades más oscuras y menos respetables de nuestra historia reciente y muchos de los periodistas respetables que la integran al lado de los que son menos respetables y al lado de los que no son nada respetables, no dicen ni pío acerca de esa oscuridad, que es la oscuridad que los rodea.

Y no sé ustedes, pero yo ya estoy cansado de los periodistas respetables que jamás son capaces de criticar a los medios en los que ellos trabajan, y que incluso eligen no criticar a los otros medios, salvo cuando reciben la orden de hacerlo, y que viven del aura de su seriedad y del prestigio de sus currículos impecables pero que, a cambio de la posibilidad de hacer eso, deciden no informar sobre las cosas más oscuras que ven, que son las cosas que les son próximas.

Así, tenemos periodistas y comunicadores que sobreviven, a veces por décadas, en medios que han atravesado por terribles periodos de corrupción, o que saltan de esos medios a otros como si, al saltar, la suciedad contraída en el medio anterior se fuera a sacudir de sus cuerpos por obra de la gravedad. Y nosotros pasivamente los aceptamos, aceptamos la ilusión de que periodistas que no denuncian las atrofias del sistema en el que habitan y dentro del cual se mueven y medran, puedan ser periodistas valiosos, periodistas de verdad.

Y de ese modo tenemos periodistas prestigiosos que avalan con sus firmas y sus colaboraciones la existencia de diarios como Correo, sin que les importe que en ese diario se publique lo que entidades de derechos humanos consideran la columna periodistica más racista del planeta; y otros que avalan a Perú 21, sin que les pese que Perú 21 sea (ya desde los años de Augusto Álvarez Rodrich) el primer diario "serio" de circulación nacional que decidió que se puede ser un diario "serio" sin dedicarle una sola página al comentario de libros y sin que les pese que, como El Comercio, Perú 21 se haya regalado al fujimorismo y se haya prestado para limpiarle la cara durante el último proceso electoral; y tenemos periodistas serios que codirigen programas de televisión con personajes que se cuentan entre los más abominables fósiles de la dictadura.

No soy un iluso: no estoy pidiendo que ningún periodista decente acepte trabajar en un medio si sobre ese medio pesa una historia, pasada o presente, de corrupción, o de parcialidad manifiesta, o de segundas intenciones apenas ocultas. Los periodistas, en efecto, tienen que vivir y necesitan de los medios para eso. Pero no es necesario que vivan en la miopía o en la ceguera voluntaria, e incluso si la coyuntura los empuja a aceptar la convivencia en ambientes más o menos viciados, nada les exige que se sumerjan absolutamente en ellos y se callen en siete idiomas acerca de cualquier asunto que los pueda comprometer.

Es verdad que los periodistas necesitan subsistir, pero también es verdad que eligieron ese oficio y no otro, sabiendo que, en el que escogían, el disenso, la disidencia, la contradicción, la crítica y la denuncia son elementos básicos, que deberían ser irrenunciables, y que, cuando se renuncia a ellos, se renuncia a la ética de la profesión, que es su único fundamento indispensable.
...

16.3.12

Campaña en favor de la ignorancia de los peruanos

...
Una cosa hay que reconocerle a Martha Meier Miró Quesada: una vez que ha decidido que su periódico, El Comercio, se entregue en cuerpo y alma a explorar los límites últimos de la ignorancia y ejerza el periodismo de opinión como un instumento para la masiva lobotomía de sus lectores, ella no se ha escondido en una trinchera de retaguardia, para ver desde allí a su gente entregarse como carne de cañón. Claro que no. Ella se pone en la primera fila y gobierna con el ejemplo.

Como ejercicio de vergüenza ajena ya hemos tenido de sobra con la lectura del infame artículo de Diego de la Torre. Como ejemplo de las cosas que puede hacer Martha Meier desde las oficinas de la dirección del diario, tenemos un reciente artículo suyo, Terrorismo y antipatriotismo en los libros escolares, en el que acusa a la Editorial Santillana de ser "la fachada de un ente de contrabando ideológico, de un partido clandestino cuya misión es debilitar la fibra moral de nuestro pueblo".

Con la torpeza de unas preguntas retóricas que hubieran ruborizado a Joseph McCarthy, Martha Meier acusa a Santillana de "infiltrar en las aulas peruanas", a través de sus libros escolares, "ese híbrido criminal y antipatriota llamado marxismo-leninismo-maoísmo-pensamiento Gonzalo". En otras palabras, acusa a la editorial Santillana de promover el resurgimiento de Sendero Luminoso. Su artículo, está de más decirlo, no ofrece una sola prueba, una sola cita, una sola línea o una sola idea proveniente de un libro de texto de Santillana; sólo acusa. Es maledicencia presentada como periodismo.

Pero hay algo más. Así como el torpe Diego de la Torre veía en César Vallejo y Julio Ramón Ribeyro a dos culpables de la subsistencia de la miseria en el Perú, del mismo modo Martha Meier elige la caza de brujas literaria para acusar ya no sólo a Santillana-Perú, sino a toda la corporación editorial Santillana y a todo el grupo empresarial español Prisa de algo que podríamos describir como una generalizada defensa y apología del terrorismo. Así como lo oyen.

¿Y cuál es el ejemplo que cita a manera de demostración? Escandalizada, como sólo los ignorantes por voluntad propia se pueden escandalizar ante la difusión del arte y la producción cultural, Martha Meier levanta su dedo acusador para hacernos notar que, en el año 2007, Santillana publicó la novela La buena terrorista , traducción al español de The Good Terrorist, de la premio Nobel de literatura Doris Lessing. Y en un gesto exegético que, si no fuera emblemáticamente idiota, parecería audaz, y que no creo que se base en otra cosa que el título de la novela, Meier concluye que Santillana y Prisa (es decir, Alfaguara, Taurus, El País, Sogecable, Rolling Stone en español, dos decenas de radios, la Televisión Independiente de Portugal, etc) piensan que los terroristas son buenos.

Primero hablemos del libro y de lo que Meier dice sobre el libro (que he estado leyendo con bastante placer los últimos dos días). La novela, por supuesto, no es ninguna defensa del terrorismo. Si lo fuera, no habría sido propuesta al Man Booker Prize y no habría sido designada como uno de los libros del año por ni más ni menos que The Christian Science Monitor. The Good Terrorist es, en todo caso, una durísima sátira de lo que podríamos llamar el radicalismo trivializado de cierta izquierda y, ciertamente, una feroz crítica de la banalidad esencial de los grupos terroristas. Martha Meier acusa de pro-terrorismo a un libro que intenta desmontar la lógica terrorista. No sé cómo dejarlo más claro: Meier acusa de victimario al abogado de la víctima; acusa de "X" a "no X", a "anti-X".

La "buena terrorista" del título, Alice Mellings, la protagonista, es lo que en el mundo anglo llamarían una squatter, es decir una okupa, una anarquista que vive en edificios abandonados y que poco a poco se va dejando subsumir en un grupo terrorista. Pero es además una burguesa modosa, hija de un empresario adinerado, una mujer con educación universitaria y con problemas para relacionarse con su propia clase social. Y comparte con Martha Meier un rasgo (o un rasgo más): como Meier, Alice Mellings tiene una notoria propensión a hablar sobre libros que no ha leído; en su caso, libros de Marx, Engels y Lenin.

La tontería que Martha Meier comete al sindicar a The Good Terrorist como una defensa del terrorismo o una idealización o justificación de la figura del terrorista sólo puede explicarse de tres maneras: (a) Martha Meier no ha leído el libro y su ética es tan endeble que se siente autorizada para acusar de pro-terrorismo a una autora y a toda una corporación sólo a partir del título de la novela; o (b) Martha Meier ha leído el libro y es tan incapaz intelectualmente que no ha entendido ni lejanamente su significado; o (c) Martha Meier ha leído el libro (lo dudo), lo ha comprendido (lo dudo más aun) y no se hace problemas en torcer su significado para injuriar a medio mundo (curiosamente, no lo dudo).

Lo único que el libro tiene de polémico, en todo caso, es que Lessing parece sugerir que el terrorismo (al menos el terrorismo de sus personajes, parias que acaban por asociarse al IRA) no es tanto un programa político sino el instrumento a través del cual ciertas personas expresan una psicopatología. Es decir, dice que los terroristas son básicamente desequilibrados que expresan violentamente su rechazo ante una sociedad en la que les es imposible encajar. El adjetivo "good" aplicado al personaje protagónico es una clave de lectura: ¿cómo puede un terrorista verse a sí mismo como un ser altruísta, estar convencido de la bondad de sus acciones y al mismo tiempo colaborar en la destrucción de sus semejantes? Y la respuesta de Lessing es: sólo en las trampas de la insanía, sólo si se es presa de profundas carencias psíquicas y emocionales.

En todo caso, no importa si a uno le complace o no la aparente hipótesis de la novela, el hecho puntual es que The Good Terrorist es la sátira de lo que en el Perú llamarían una caviar radical que casi sin darse cuenta acaba estúpidamente convertida en terrorista gracias a su ineptitud para lidiar con las carencias de su personalidad y de su psiquis. Decir que ese libro es una defensa del terrorismo es como decir que Pantaleón y las visitadoras es una apología de la prostitución o que el Quijote es una alabanza de la violencia individualista. Ese es el nivel intelectual de Martha Meier.

Pero es importante ver en qué contexto dice estas tonterías: el artículo finalmente no es sobre Lessing, sino que es una denuncia de la inflitración del discurso senderista en los libros escolares peruanos, inflitración promovida, increíblemente, por un grupo empresarial español. Hace pocos días vimos una denuncia no del todo distinta: Luciano Revoredo denunció que un discurso pro-senderista era claramente visible en un manual de historia del Perú de la editorial Bruño, que pertenece a la orden católica de los hermanos de La Salle.

Y no sé qué impresión les den estas cosas a ustedes pero a mí me parece que todas estas denuncias no están impulsadas por ningún afán patriótico ni mucho menos, y que debemos estar pendientes de qué cosas pasan en el futuro con los millones de dólares implicados en el mercado editorial de libros de texto escolares. No vaya a ser que la recomendación de no leer a Vallejo y a Ribeyro no sea el único proyecto que tienen Martha Meier y El Comercio acerca de qué debemos enseñar y qué no a nuestros hijos en los colegios peruanos. Y si El Comercio de pronto termina inmiscuido de alguna manera en el comercio de libros escolares, ya saben cuáles fueron los primeros pasos.

Pero no quiero dejar la impresión de que este asunto solo sería grave si detrás de él hay algún interés económico. Es ya sumamente grave en sí mismo: Vallejo, Ribeyro, Doris Lessing: ¿cuáles serán los siguientes libros que la Inquisición de El Comercio y la Torquemada Meier condenen a la hoguera? ¿Dónde se detendrá esta campaña en pro de la ignorancia? ¿Cuántos libros más van a satanizar en un país como el nuestro donde la falta de lectura es de hecho el origen secular de infinitos males?


(Dedicado a César Vallejo, hoy, en su cumpleaños número 120).
...

15.3.12

El mayor de los peruanos y nuestra decadencia

...
Quiero hablar de Vallejo, esta vez no como comentarista ni como crítico sino como simple lector de poesía. Hay un solo poema en este mundo que nunca he sido capaz de leer en voz alta sin terminar llorando, y no es un poema de amor, ni un poema sobre la muerte de un ser querido, ni un poema simplemente confesional, aunque confiese más que cualquier otro en la lengua castellana, sino que es un poema sobre la irremisible tragedia de ser solo seres humanos y también sobre la increíble grandeza de serlo. Es "Los nueve monstruos" de Vallejo.

Y, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de sér, dolernos doblemente.

Jamás, hombres humanos,
hubo tánto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la arimética!
Jamás tánto cariño doloroso,
jamás tan cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal
y la migraña extrajo tánta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.

Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rousseau, con nuestras barbas;
crece el mal por razones que ignoramos
y es una inundación con propios líquidos,
con propio barro y propia nube sólida!
Invierte el sufrimiento posiciones, da función
en que el humor acuoso es vertical
al pavimento,
el ojo es visto y esta oreja oída,
y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadas
a la hora del trigo, y nueve sones hembras
a la hora del llanto, y nueve cánticos
a la hora del hambre y nueve truenos
y nueve látigos, menos un grito.

El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás de perfíl,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar…
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más)
Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver al pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardio!
¡Cómo, hermanos humanos,
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tánto cajón,
tánto minuto, tánta
lagartija y tánta
inversión, tánto lejos y tánta sed de sed!
Señor Ministro de Salud; ¿qué hacer?
!Ah! desgraciadamente, hombres humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer.

Si nuestro mundo no ofreciera infinitas posibilidades para la persistencia del amor y de la vida en comunidad, junto a las infinitas trabas que ofrece contra todo eso, Vallejo no habría existido. ¿Qué posibilidades tenía el undécimo hermano de una familia de once, nacido en una pobre ciudad de los Andes del norte del Perú, estudiante de una pequeña escuela fiscal, perseguido por la enfermedad, encarcelado, migrante forzoso que vive entre la pobreza y el anonimato, de convertirse en pieza clave de la evolución de la literatura occidental en el siglo veinte?

Vallejo, como escritor y como intelectual, se estrelló muchas veces contra los obstáculos de una educación limitada y las escaseces que afronta cualquier peruano de la clase media provinciana que además se va empobreciendo a lo largo de su vida; luchó y fracasó en muchos géneros (no fue un gran novelista, no fue un gran dramaturgo, aunque tratara), pero no desfalleció ni renunció, probablemente porque entendió que los fracasos temporales eran inevitables en una empresa como la que se había planteado, que no era la pequeña empresa de triunfar como escritor, sino la inmensa empresa de inventar un lenguaje que le permitiera decir lo inefable o por lo menos señalarlo, dibujar el gesto que nos permitiera intuirlo.

Porque Vallejo no escribió para salvarse sino para salvarnos. Cuando uno lee "Los nueve monstruos", uno sabe que el poema ha sido escrito por alguien que es nuestro padre y nuestro hermano, alguien que nos quiere de manera indecible, que nos quiso antes de que naciéramos, que nos sostiene juntos en su abrazo y reclama por nuestro bienestar pese a temer que sea inalcanzable. "Los nueve monstruos" y toda la poesía de Vallejo son el tipo de cosa que debería ocupar días enteros de conversación en todas las escuelas del Perú; son el tipo de literatura que solamente puede hacernos mejores de lo que somos, si podemos entrar en ella o dejar que entre en nosotros. Pero ahora resulta que porque Vallejo no nos contó historias de héroes victoriosos y quizá porque su empresa no fue un negocio, Vallejo es un mal ejemplo. Estupideces. Vallejo es un triunfo, es el mejor de todos.

En este año en que se cumplen 120 del nacimiento de Vallejo, es una lástima ver su nombre absurdamente vilipendiado por un ignorante en las páginas de un diario, junto a otro nombre crucial en nuestra literatura y, por lo tanto, en la construcción de nuestra identidad como nación: el de Julio Ramón Ribeyro. Mi amigo Alonso Rabí, hasta hace unos años editor de El Dominical, me hace notar que tanto Vallejo como Ribeyro fueron colaboradores de El Comercio alguna vez. Miren quiénes los reemplazan hoy y con cuánta ignorancia y cuánta insensatez. ¿Alguien necesita más pruebas de la decadencia de la prensa nacional?
...

14.3.12

Sube a mi nube (sususu-sube, sususu-sube)


No es que yo sea adivino. Es simplemente que no podía ser de otra manera: el relanzamiento de las columnas de opinión del diario El Comercio empieza a mostrar su nueva realidad, y es, si cabe, peor que la anterior. Ayer, por lo pronto, inaugurando lo que se anuncia como una rica tradición, El Comercio ha publicado un texto de Diego de la Torre que puede ser la columna de opinión más estúpida que haya aparecido en la historia de la prensa nacional. Para evitar prejuicios, los invito a leerla antes de continuar con este post. La columna la pueden ver haciendo clic sobre la imagen de la izquierda (o reproducida aquí).

Si no creen lo que acaban de ver sus ojos pueden hacer clic otra vez y cerciorarse: todos tenemos derecho de dudar ante lo absurdo. En resumen, lo que el texto dice es que el Perú sería un mejor país si no hubiéramos tenido nunca a un César Vallejo ni a un Julio Ramón Ribeyro; que Ribeyro y Vallejo son dos lastres en el imaginario de la peruanidad porque, a través de relatos como “Paco Yunque” de Vallejo y “Alienación” de Ribeyro, ambos autores nos han enseñado que en el Perú existen la injusticia social y el prejuicio, el dolor humano y la iniquidad, el abuso y la segregación, y también las máculas de un auto-desprecio forzado por las marginaciones de la sociedad.

El artículo de Diego de la Torre dice que estaríamos mejor si en lugar de tener a uno de los cuentistas magistrales de la tradición hispana y en lugar de tener a quien fuera, posiblemente, el mayor transformador de la poesía en español en los últimos trescientos cincuenta años, hubiéramos tenido una serie de epígonos de Paulo Coelho.

En el primer día de su nueva escalada a las alturas de la intelectualidad, El Comercio nos da a los peruanos el consejo de no leer a nuestros clásicos porque no nos pintan una utopía de ensueño ni nos dan consejos de microprograma motivacional ni nos idiotizan con superficialidades. El Comercio nos recomienda ser ignorantes y su columnista denuncia a quienes quisieron abrirnos los ojos. En el país de los libros inexistentes, El Comercio nos pide ignorar los libros que sí existen y reemplazarlos con lemas de autoayuda. El Comercio nos pide que leamos El Comercio y lancemos a Vallejo y Ribeyro a la papelera. ¿Es este el mismo diario que en el pasado publicó libros de Vallejo y Ribeyro? Obviamente no: este es el nuevo El Comercio; el otro era, al menos a veces, el de la noble profesión del periodismo, éste de hoy es el del más vil de los oficios.

Siguiendo la lógica de De la Torre, como es evidente, no debemos leer a Vargas Llosa, que nos dice que el Perú se jodió y encima no sabe cuándo; ni a Bryce, porque nombra la enfermedad de los regímenes de servidumbre; ni a Arguedas, que cuenta los sueños de reivindicación de los oprimidos; ni a Ciro Alegría porque en vez de engañarnos con la mentira de la hermandad nacional nos señala el racismo y el oprobio del gamonalismo; ni la poesía de Eguren porque no nos aconseja cómo salir de los pasadizos nebulosos; ni mucho menos la de Adán, que no dice nada y se está callada escuchando su propia voz.

Diego de la Torre, cuya capacidad de lectura no puede ir más allá de interpretaciones al pie de la letra (como las del célebre personaje de Ribeyro que terminó matando a su amada por su incapacidad de comprender una metáfora) supone que la vida es literalmente una competencia con repartición de medallas en la línea final, y que, en ella, alguien como Vallejo, acaso por haber muerto sin dinero o por no haber alcanzado en vida la plena celebridad, o acaso simplemente por no haberse rendido a la lógica del capital como única medida de toda moral, no es otra cosa que un fracasado.

Para Diego de la Torre, columnista de opinión de El Comercio, la manera de desaparecer la injusticia es dejar de hablar sobre la injusticia. En su artículo de El Comercio, Diego de la Torre posa de liberal cuando la idea que propone parece urdida por uno de esos funcionarios coloniales que durante el virreinato prohibieron la importación de libros de ficción a Hispanoamérica, probablemente conscientes de que cierta literatura tiene el poder de abrir los ojos de los descastados, los parias, los marginados, los oprimidos y también de los que se prestan a la preservación del status quo porque sufren el hábito de la indolencia.

La columna de opinión, como género, es la heredera más popular del ensayo, y la forma moderna del ensayo surgió, según suele repetirse, con Michel de Montaigne. En este artículo que toca el fondo más bajo en la historia de las columnas de opinión, Diego de la Torre se da maña para citar al filósofo francés. Y claro, como si se tratara de Ed Wood haciéndole un guiño a Orson Welles desde una escena de una película paupérrima, el más ridículo de los columnistas, De la Torre, cita erróneamente a Montaigne, el más sublime de los ensayistas.

De la Torre escribe: “Michel de Montaigne, célebre escritor francés del Renacimiento, concluyó en su ensayo número veintidós que ‘la pobreza de los pobres se debe a la riqueza de los ricos’”. A partir de allí, De la Torre culpa a Montaigne por haber iniciado, con su ensayo veintidós, e influyendo sobre Voltaire y Marx, no sólo “la carnicería de la Revolución Francesa” sino una cadena de eventos que culminaría en los genocidios conducidos por Mao, Stalin y Pol Pot. Mi amigo José Luis Gastañaga anotó en su Facebook algo que nos permitirá distinguir rápidamente la insuficiencia intelectual de De la Torre. Escribe José Luis:
“Está bien citar a Montaigne, pero estaría mejor citarlo bien. El columnista ha leído de todos los ensayos de Montaigne el más corto, ha tomado nota del título únicamente y lo ha reproducido (o traducido) mal. Montaigne dijo "Le profit de l'un est dommage de l'aultre", es decir, el beneficio de uno es el daño del otro. (Libro primero, Ensayo 21, ¡no 22!). Lo escribió para responder a quienes condenaban que el sepulturero se beneficiara de la muerte o el médico de la enfermedad. Sostiene que el crecimiento de una cosa supone la alteración o corrupción de otra; y eso le parece muy de acuerdo a lo que acontece en la naturaleza. Era un hombre muy sabio, Montaigne, y un escritor encantador. Ojalá El Comercio publicara sus ensayos (o los poemas de Vallejo o los cuentos de Ribeyro) en lugar de estas columnas raquíticas que nada aportan a los lectores del diario”.
A todo esto, uno se pregunta cómo así es que no hay marchas de protesta en las calles y hogueras encendidas en todas las esquinas del Perú ahora que un editorialista en el diario que antes fuera el más prestigioso del país ha llamado a dejar de leer a Vallejo y a Ribeyro. Creo recordar un oscuro incidente en el pasado lejano, uno en que un escritor peruano decía que no le gustaba la cocina criolla y las masas salían a pedir su cabeza. Incluso, en mi nebuloso recuerdo, me parece recordar haber dicho, yo mismo, que los peruanos tenían sus valores de cabeza. Pero debe de haber sido una pesadilla mía, o un viaje de LSD, porque terminaba con cocineros juzgando concursos de literatura.

Hace años, escribí que el hecho de que Alonso Alegría fuera el único comentarista del teatro en la prensa peruana era un síntoma de que las cosas empezaban a estar excesivamente mal. Ahora, una vez publicada la columna de De la Torre, el único comentario en favor de ella que he leído es de Alonso Alegría (los libros de cuyo padre deberían ser vetados si siguiéramos la lógica del columnista de El Comercio).  Alegría escribe:
“Desde hace años vengo opinando exactamente lo mismo que el vilipendiado articulista. Estoy totalmente de acuerdo con él —y no de ahora— que César Vallejo nos dio permiso a los peruanos para ser depresivos porque nacimos cuando Dios estaba enfermo, y Julio Ramón nos dio permiso para ceder a la tentación del fracaso”.
Tonterías, obviamente. Tonterías que equivaldrían a decir que por culpa de Sófocles los griegos creían que el esfuerzo humano era inútil, o que por culpa de Kafka los germanos suponen que un hombre es en el fondo una cucaracha, o que debido a Melville y a Hawthorne y a Poe y a Faulkner los americanos se creen condenados a la desgracia y al horror, o que Camus y Sartre han convertido a los franceses en fatalistas o en nihilistas. Aceptémoslo: hay una razón por la cual Vallejo escribió "Los nueve monstruos" y la obra cumbre de Alonso Alegría es Nubeluz. ¿Queremos darnos cuenta de que "desgraciadamente, hombres humanos, hay, hermanos, muchísimo que hacer" o preferimos vivir en el mundo glúfico de Alegría y De la Torre?

Apenas se anunciaron las nuevas columnas de El Comercio, Marco Sifuentes escribió por ahí que ya se notaba la mejoría. Eso debería haber sido suficiente para saber que El Comercio entraba en un periodo mayor de vacuidad y que iba a multiplicar su lucha contra la inteligencia. Ahora las pruebas empiezan a apilarse unas sobre otras. Antes los periódicos sólo servían para envolver pescado o acabar en la basura. Desde hace un tiempo la mayoría viene directamente de allí. Es la fujimorización de la prensa entrando en su nueva fase. Y con una larga lista de tontos útiles que se prestan a ello; que prestan su torpeza disfrazada de sabiduría y su ignorancia enmascarada de sentido común.

12.3.12

Sangre nueva en la prensa nacional



Malos días. Hace poco escribí un post con una propuesta acerca de cómo elevar el nivel de discusión en los medios de prensa a la vez que se suplía la carencia (la notoria carencia) de una revista de libros en el Perú, país en el que no existe ni una sola publicación que esté dedicada enteramente al comentario de libros (y no me refiero exclusivamente a libros de literatura). Ninguno de ustedes ha leído ese post porque no llegué a publicarlo.

La idea era simple: no era necesario invertir un centavo ni lanzar un nuevo medio o un nuevo suplemento. Bastaba con dos compromisos sencillos. Primero, que los profesionales que ya tienen columnas en la prensa se comprometieran a escribir, digamos una vez al mes, o incluso una vez cada par de meses, una columna que comentara con la profundidad posible un libro o un grupo de libros de su área de especialización. Segundo, que los editores y directores de sus medios se comprometieran a dar a esas columnas especiales y no muy frecuentes un espacio mayor que el de las columnas habituales, para que la discusión de textos no se redujera a la rápida reseña o la recensión a vuelapluma que conocemos en la prensa peruana, donde los pocos diarios que cuentan con reseñistas no publican artículos de más de cuatrocientas palabras y muchas veces sólo de cien; y muchas más veces, nada.

Después vi el anuncio de lanzamiento de las nuevas columnas del diario El Comercio y me di cuenta de que, como tantas otras propuestas mías, esta no tenía ninguna posibilidad de éxito (por eso no la he publicado). El Comercio anuncia entre sus nuevos columnistas a sus viejos columnistas y les añade algunos ex columnistas de los otros medios de su corporación, e incluso les agrega a la misma persona que en la práctica dirige al diario y a la corporación desde hace un buen tiempo, y a alguno de ellos le inventa un grado universitario que no posee, y a otro, ex estudiante de derecho sin mayor formación en el campo de los estudios culturales, lo presenta como “analista cultural”.

Y a pesar de que la nómina incluye también a personas muy valiosas, uno se pregunta qué posibilidades reales tiene la prensa peruana de dar un salto cualitativo si no es capaz siquiera de ser transparente y precisa cuando informa sobre el background y la formación de sus propios columnistas y además anuncia lo viejo como nuevo y para colmo de males ofrece como parte de la solución columnas escritas por personas como Martha Meier, que son parte motriz de la enfermedad. Mi impresión a partir de esta semana es que la posibilidad de salvar a la prensa peruana de la mediocridad estándar no existe; no la hay; la prensa peruana, con las contadas excepciones que uno pueda recordar, cada día es peor, más tonta, más monótona, más superficial y más improvisada.

A propósito de tonto, monótono, superficial e improvisado, muchos recordamos cuál fue la actitud de Marco Sifuentes cuando los actuales directores de la corporación El Comercio despidieron a Augusto Álvarez Rodrich de la dirección de Perú 21: Sifuentes llamó a sus lectores a boicotear el diario. Pero poco tiempo más tarde esos mismos directores le ofrecieron a Sifuentes una columna en Perú 21 y entonces el muchacho aceptó y se olvidó del boicot y de los motivos del boicot y no volvió a interesarse por el tema.

Hasta entonces y todavía por algún tiempo, más de un blogger del mismo grupo había mantenido como actitud dominante una especie de finta contestataria ante los medios tradicionales. José Alejandro Godoy, por ejemplo, decía cosas como ésta acerca de la posibilidad de que un blogger se convirtiera en columnista de un diario: “Los medios tienen la infraestructura. Pero te atas a lo que el dueño del canal o la línea editorial del medio te está queriendo pautear. En cambio si tú tienes un blog das un punto de vista sin filtro. Es la ventaja que se tiene con un medio. La gente que lo lee lo siente como algo más cercano”.

Al poco tiempo, oh sorpresa, a Godoy le ofrecieron una columna en un diario y aceptó. Ahora, el mismo anuncio de El Comercio donde se publicitan los nombres de los “nuevos” columnistas pone lado con lado a Godoy con Martha Meier Miró Quesada, accionista de la empresa, verdadera directora del diario, causante de despidos a mansalva de cuanto periodista ha querido mantener una línea independiente en cualquier medio de la corporación El Comercio. Por suerte, ahora está Godoy para llamarle la atención, ponerla en su sitio, denunciar sus arrebatos y hacerle ver la luz. Ojalá lo haga en público, porque si lo hace, digamos, en el mismo email personal en donde le mandará el número de RUC para sus facturas, no va a sonar muy convincente.

Por lo pronto, mientras esperamos ese acto heroico, como primera acción, Godoy se publicita a sí mismo en ese aviso como “analista cultural”, y uno se pregunta exactamente cómo se ha ganado ese título: ¿volteando periódicos todas las mañanas? Es posible que Godoy lo ignore (después de todo, viene del mundo de la universidad peruana, donde no hace falta más que un bachillerato para ser llamado doctor, de modo que lo suyo es casi un signo de humildad), pero el asunto es que hay gente que estudia carreras enteras y postgrados y doctorados y escribe libros y produce conocimiento para ganarse el ser llamados cosas semejantes a “analista cultural”.

De todas maneras, aunque mi propuesta se quede durmiendo para siempre en la bandeja de salida de mi blog, no está de más recordarles a los columnistas de la prensa nacional que el Perú es un país que necesita educación, y que esos columnistas pueden contribuir a ella si se deciden a escribir de vez en cuando, en vez de la enésima columna impresionista sobre un tema que les es intelectualmente ajeno, o en vez de su última divagación sobre nada en particular, una columna que aproxime a sus lectores a libros recientes y cruciales de sus áreas de especialidad. Y si eso les parece un esfuerzo demasiado grande, que está fuera de sus posibilidades, entonces quizá deberían preguntarse qué méritos reales los han colocado en la posición de tener columnas en la prensa.

En los años antes de que yo saliera del Perú tuve por un buen tiempo una página de libros en Somos, vecina de la página que tenía en ese tiempo Rocío Silva Santisteban: algún joven que lea esto se sorprenderá de saber que Somos tenía dos páginas enteras sobre libros en cada número, además de los artículos sobre literatura y otros temas de artes y cultura que aparecían con frecuencia. Los extranjeros que lean esto pensarán que los peruanos tienen que estar muy mal para sorprenderse ante el hecho de que el magazín sabatino del diario más importante del país tuviera dos páginas de reseñas de libros. Pero es verdad. Y no veo que nadie tenga interés en solucionarlo.

Por último, y solo porque algo así no puede pasar sin ser mencionado, diré que el mismo aviso de El Comercio al que me he referido presenta a Marco Aurelio Denegri, el más hueco y reaccionario de los periodistas del país, como parte de esa inyección de sangre renovada que lo cambiará todo. Y la manera en que lo introduce no tiene desperdicio: “Marco Aurelio Denegri: su nombre es sinónimo de cultura y conocimiento”.

Ahora que la prensa peruana está oficialmente muriendo, no sé qué destino sería más triste: que se llenara de personas como Denegri, cuyo saber es una especie de museo de datos inútiles, o que se siga llenando de personas como Marco Sifuentes y compañía, en cuya capacidad intelectual la gente parece creer del mismo modo en que creemos que hay vida en otros planetas: estamos casi completamente convencidos de que existe pero no tenemos muchas pruebas de que exista en realidad.

9.3.12

El día del hombre

...
Ciertamente, cada vez que, en broma o en serio, alguien habla del "día del hombre", a la mayoría nos suena tonto. Y cuando alguien quiere explicar por qué suena tonto, la razón más común es observar que los hombres no han vivido la situación de marginación de género que han vivido las mujeres en casi cualquier sociedad y que por lo tanto no necesitan de una fecha dedicada a recordar y subrayar esa situación y difundir las ideas que sean necesarias para superarla. Y todo eso es cierto, obviamente.

Pero, a riesgo de ganarme más de una respuesta airada, me atrevo a sugerir que lo del "día del hombre", en el fondo, no nos suena tonto porque los hombres no sufran maltratos sociales o porque su vida sea más fácil que la vida de las mujeres, sino simplemente porque no tenemos conciencia suficiente de que el hecho de ser hombre pueda también ser en sí mismo problemático y difícil. Y sí: aunque parezca una batalla perdida de antemano, estoy dispuesto a discutir si ser hombre es tan fácil como la mayoría parece dar por hecho.

Ejemplo. Por algún motivo, en casi todos los países del planeta (y ésta es una estadística impresionantemente consistente en la que apenas hay un par de excepciones parciales), el porcentaje de hombres que se suicidan es muy superior al de mujeres que se suicidan. La razón, hasta donde ha sido estudiado, es la gran presión que las sociedades colocan sobre los hombres con la imposición de ideales como los del "triunfador", el "macho", el "patriarca", el "sostén de la familia", etc. En el Perú, el suicidio de hombres duplica el de mujeres; en países como Lituania, Rusia o Puerto Rico, lo sextuplica; en Argentina, Panamá o Estados Unidos lo cuadruplica.

Pero, ¿hay hombres que sean especialmente perseguidos, marginados, oprimidos y estigmatizados por cuestiones de género? Obviamente la respuesta es sí: los hombres homosexuales no son perseguidos por tener relaciones sexuales con hombres sino porque son hombres que tienen relaciones con otros hombres, porque la sociedad no sólo ha creado reglas abusivas con las mujeres, sino también con los hombres que no se ajustan a las expectativas de género.

Y no es solo una persecución contra hombres homosexuales sino contra cualquier hombre que no parezca suficientemente "masculino": ¿cuántos hombres adolescentes pueden anunciar sin problema en sus casas que quieren dedicarse toda la vida a ser poetas, o bailarines de ballet, o modelos de pasarela, o nadadores de nado sincronizado, o que su aspiración real en la vida, lo que de verdad los haría sentirse plenos, es casarse y quedarse en casa criando a sus hijos?

Nada de lo que digo pretende ignorar esas otras cosas que he denunciado muchas veces: el machismo, la misoginia, la imposición secular de la mirada masculina sobre casi cualquier elemento del orden social. Sólo quiero hacer notar que, en nuestro tiempo, tras décadas de progreso de la causa feminista y de la defensa de los derechos de los homosexuales, y tras décadas de elaboración intelectual acerca de las diferencias entre sexo y género y roles genéricos, es más que necesario reconocer, sin tantos resquemores, que el patriarcado y el androcentrismo heredados de los hombres de generaciones anteriores también hacen víctimas a muchos hombres de generaciones presentes.

De hecho, creo que lo del "día del hombre" (celebración que, por lo demás, existe, y cuenta con el apoyo de la Unesco) nos suena tonto porque tenemos una mirada tan estrecha de los problemas de género que pensamos que celebrar al hombre es equivalente a celebrar al macho abusivo. Es más: creo que el día que podamos decir "el hombre" sin pensar inevitablemente en el macho culpable, en el patriarca, en el acosador, en el violador y en el bacancito hiperhormonal, podremos estar seguro de que las ideas contemporáneas y progresistas sobre los roles de género y la sexualidad han empezado a calar de manera más honda en todos nosotros.

Cuando uno habla del día de la mujer, nadie se detiene a preguntarse si se está celebrando a todas las mujeres o si se excluye de allí a lesbianas o bisexuales: entendemos que la celebración trasciende esas fronteras. ¿Algún día se podrá celebrar al hombre sin hacer diferencias equivalentes? ¿Algún día se podrá borrar el estigma que hace que "hombre" suene una categoría que no vale la pena resaltar? Como dije, la iniciativa ya existe y si revisan sus principios verán que no es ninguna tontería.

Por cierto, feliz día de la mujer, con un poquito de atraso.
...

7.3.12

Antidiccionario, Vol. 1

...
Artista. Sust. m, f. Perú: 1. Cualquiera que hace algo que nos gusta. Ejem.: vedettes, actores improvisados de telenovela juvenil, cómicos de programa sabatino, cocineros, mediocampistas zurdos. Por extensión, Obra de arte: cualquier cosa bacán; por extensión, Arte: cualquier cosa, especialmente si no es arte. Ejem: la cocina, la tauromaquia, los programas de concurso, la repostería. 2. Raúl Romero.

Caviar. Sust. Adj. m, f. Perú: 1. Persona que tiene dinero y conciencia social simutáneamente. 2. Persona que a pesar de no necesitar ayuda social piensa que otros sí la necesitan. 3. Izquierdista que debería ser de derecha si el mundo tuviera sentido, es decir, si cada quien velara exclusivamente por sus propios intereses. 4. Individuo que cree en los derechos humanos a pesar de no ser deudo de un muerto de la violencia terrorista ni de un muerto de la violencia de estado.

Cojudez. Sust. m. Perú: 1. Sentimiento. 2. Emoción social. 3. Empatía. 4. Idealismo. 5. Idea o conjunto de ideas que, defendiendo la igualdad social, aboga por los desheredados de una comunidad. Por extensión, Cojudo: persona que no piensa sólo en sí misma.

DBA, Derecha bruta y achorada. Sust. f. Perú: Postura política de la que participan las personas de derecha que se creen superiores a los demás, los maltratan verbalmente e intentan menospreciarlos a través de la difusión de estereotipos y prejuicios. Ejem: la persona que acuñó el término Derecha bruta y achorada.

Derechos humanos. Sust. m. pl. Perú: 1. Conjunto de principios morales y legales destinados a preservar la dignidad del individuo dentro de su sociedad, comúnmente aplicables a uno pero no a los demás. 2. Doctrina sospechosa que intenta sabotear el desarrollo de un país. // Relig. Op. Dei: ver: Cojudez.

Desarrollo. Sust. m. Perú: 1. Capacidad de crecimiento de quienes ya tienen capacidad de crecimiento. 2. Crecimiento económico precipitado que se sosteniene en la depredación del medio ambiente y sus recursos. 3. Cuando una empresa extranjera viene y destruye tu hábitat a cambio de una segura ganancia económica que tú jamás verás.

Humanista. Sust. Adj. m. f. Perú: 1. Persona que estudia asuntos relacionados con la producción cultural y artística y a partir de ello sigue o construye un conjunto de ideas en defensa del progreso del ser humano bajo ideales de igualdad y democratización. Diccionario de Autoridades: "Abimael Guzmán es un humanista" (Oswaldo Reynoso).

Mariátegui, José Carlos. Sust, m. Perú: 1. Padre de la izquierda peruana. 2. Abuelo de la derecha peruana.

Movadef. Sust. m. Perú: 1. Grupo político que sigue el ideario de Sendero Luminoso, defiende los intereses de Sendero Luminoso, busca la liberación de los prisioneros miembros de Sendero Luminoso, es financiado por Sendero Luminoso, persigue el mismo objetivo que Sendero Luminoso pero no debe ser confundido con Sendero Luminoso. 2. Sendero Luminoso.

Rojo, a: Sust. Adj. Esp. Amér. Perú: 1. Persona que no tiene dinero pero sí tiene conciencia social. 2. Individuo de izquierda que pertenece a un sector social marginado y hace o planea hacer algo por mejorar la situación de su grupo. 3. Marginado que piensa que no debería serlo. 4. Individuo que cita a Mariátegui, José Carlos.
...

3.3.12

Satanás y la academia

...
"Satan... The place where he was, in my mind, the most successful and first --first successful-- was in academia. He understood pride of smart people. He attacked them at their weakest. They were in fact smarter than everybody else and could come up with something new and different -- pursue new truths, deny the existence of truth, play with it because they’re smart. And so academia a long time ago fell".

"Satanás... Según me parece, el lugar donde tuvo más éxito y donde tuvo éxito por primera vez fue la academia. Comprendió el orgullo de la gente inteligente. Los atacó en su punto más débil. En efecto, eran más listos que cualquiera y podían inventarse algo nuevo y diferente: buscar nuevas verdades, negar la existencia de la verdad, jugar con ella porque son listos. Y así es como la academia cayó, hace mucho".

Las palabras son de Rick Santorum y son parte de un discurso en el que afirma que Estados Unidos es el blanco favorito de Satanás en el mundo porque es el país más próspero con el mejor de los pueblos, y afirma, además, que el trabajo de Satanás para hacer caer a los Estados Unidos ha comenzado por corroer el alma de los intelectuales, los maestros y los estudiantes en las universidades.

Rick Santorum es claramente un fanático y un regresionista, pero además es otra cosa: es el único candidato que le viene disputando a Mitt Romney, con alguna posibilidad de triunfo, las elecciones primarias republicanas. Descartados los esperpentos de Michelle Backmann, Herman Caine, Rick Perry y los fantasmas aun peores de Sarah Palin o Donald Trump, y a punto de descarrilar las campañas de Ron Paul y Newt Gingrich, Rick Santorum es el número dos en la lista de los posibles rivales republicanos de Barack Obama en la próxima elección presidencial.

En un discurso ante el Congreso, un par de años atrás, Obama sostuvo que una de las metas de su gobierno sería asegurar al menos un año de educación superior para todos los jóvenes americanos, fuera de carácter universitario o en una carrera técnica. Santorum, hace poco, deformó esas palabras para decir que Obama quería exigir que todos los americanos fueran a la universidad. Resulta difícil entender incluso cómo esa versión de la idea podría ser ofensiva, pero Santorum la encontró ofensiva.

¿Su comentario? "What a snob!", dijo: "¡qué tal esnob!". Y luego se explayó acerca de cómo hay tanta gente buena que jamás ha ido a la universidad. Como si Obama efectivamente estuviera sugiriendo que sólo quienes van a la universidad pueden ser buenas personas: el público lo aclamó (era un mitin de sus seguidores). En ningún momento les pasó por la mente que las personas pueden ser buenas independientemente de su nivel de formación y que estudiar algo, especializarse en algo, tener una mejor formación puede no hacerlas superiores moralmente, pero sí darles mayores oportunidades en la vida.

En el país que tiene, a mi juicio sin duda, el circuito universitario más sólido del planeta, la academia es el monstruo favorito en las pesadillas de los ultraconservadores, pero es también, y por eso Santorum está donde está, una entidad fácilmente satanizable (en este caso literalmente) incluso entre muchos conservadores religiosos no particularmente fanáticos, entre gente del pueblo que la mira con sospecha y la menosprecia no intelectualmente sino desde un punto de vista moral. (Nótese que Santorum es, él mismo, quien dice que las personas más inteligentes están en la academia --what a snob!-- y que ese status las hace proclives a la maldad).

Entre los más pobres del Perú, existe la idea de que la clave para salir de la pobreza está en la educación. Es una verdad que los sociólogos han estudiado: los más marginados de la sociedad, en nuestro país, ven la educación como la manera de integrarse a esa misma sociedad, de multiplicar sus posibilidades de transformar su realidad en una mejor. Ayer nomás los noticiarios dieron la noticia de los tres mineros informales muertos en un derrumbe: al menos uno de ellos era un estudiante que estaba juntando plata para pagarse la universidad. El día anterior la noticia fue la de las tres personas atropelladas temprano en la mañana en un paradero de combi: al menos uno era un hombre que madrugaba para cumplir con un trabajo adicional que le permitiera pagar el colegio de sus hijos.

Los peruanos más pobres hacen terribles sacrificios para que sus hijos tengan esos beneficios de la educación que, en Estados Unidos, un candidato como Santorum llama esnobismo y asocia con el demonio. En la fe que los pobres del Perú depositan en su educación está una de las claves futuras para nuestra salida de la pobreza como sociedad.

Mientras tanto, el estado peruano les responde con planes educativos improvisados que cambian cada par de años y con el maquillaje superficial implicado en planes piloto que jamás llegan a concretarse de manera extensa, y les responde, además, dejando la educación universitaria a la deriva, en manos de negociantes, y el curriculo de lecturas escolares a la merced de otros negociantes, los del Plan Lector, y les responde también con la construcción de escuelas que se vienen abajo con un soplo y que en cualquier momento amenazan con sepultar ya no los sueños de los pobres sino a los soñadores mismos.

Quizás más terrible que la desidia del estado es el hecho de que, en las clases sociales alta y media alta, donde la educación básica se cumple sin sacrificios y la superior está al alcance de la mano, en esas clases precisamente, entre empresarios y comunicadores sociales, por ejemplo, empiezan a difundirse las sospechas contra lo académico, la acusación de elitismo contra humanistas y científicos sociales, la estigmatización del mundo intelectual como una suerte de burbuja innecesaria que nada hace por el progreso del país. Allí donde los pobres sueñan con la educación como medio de mejoría, otros que ya disfrutaron de una educación (y que sólo superficialmente se dedican de vez en cuando a denunciar sus falencias) difunden con asiduidad la idea de que la academia y la intelectualidad son la esencia del elitismo, la esencia de lo antipopular.

El día que ellos triunfen, tendremos en el Perú eso que nuestro sistema político, a pesar de su interminable lista de defectos y bajezas, no tiene hasta hoy: políticos que basen buena parte de su popularidad en la defensa de la idea de que la academia es despreciable, que la educación es una traba que oscurece el alma de la gente y que una vida dedicada a la investigación y al conocimiento es un emblema de la trivialidad y la vanidad.

¿Creen que estamos muy lejos de eso? Pues, quizás no tanto. En una entrevista se le preguntó a Santorum si él había reforzado en sus hijos la idea de ir a la universidad. Respondió que sí, que él como buen padre que era animaba a sus hijos a seguir estudios superiores. Por supuesto, preocuparse por la educación de sus hijos no es, para Santorum, un signo de esnobismo. Preocuparse por que todos tengan la mejor educación posible, en cambio, sí parece serlo. Obviamente, todo se reduce a una sola cosa: hipocresía. La hipocresía de querer lo mejor para uno pero negar a los demás lo mismo, para que los demás sean o sigan siendo una masa sin agencia real.

Si eso es, como creo, lo que se esconde en la base del antiintelectualismo de Santorum, entonces debemos reconocer que eso ya existe en el Perú: en cada peruano con educación superior que, primero, no hace nada para que esa educación sea derecho de todos pero que, de inmediato, se escandaliza ante la perspectiva de que las víctimas de esa marginación quieran, por ejemplo, acceder al Congreso o a cualquier cargo político que les dé visibilidad y que les dé una voz pública; en cada peruano con educación formal que les niega a otros peruanos, en nombre de un espejismo de desarrollo, el derecho a defender incluso la supervivencia de su hábitat. La táctica es quitarle al pueblo las herramientas para después asumir, en la práctica, que sin esas herramientas no se debe participar del poder.

(No es extraño que los políticos más populistas del conservadurismo norteamericano, para seguir con el paralelo, sean al mismo tiempo los más ricos y los que más demonizan a la intelectualidad; no es extraño, en el caso peruano, que el mismo PPK que se autoproclamó abanderado del desarrollo fuera quien alguna vez dijo que la gente de los Andes sufre una deficiencia de oxigenación que le atrofia el cerebro).

Nosotros no tenemos personas públicas que, desde el fanatismo o desde cualquier otro sitio, abiertamente proclamen el carácter demoniaco de la academia. Pero sí tenemos quienes la satanizan con discursos populistas y la menosprecian por elitista, cuando en verdad lo único que hay que hacer en este mundo para que el intelectualismo y la academia dejen de ser cosas de una élite es ampliar sus fronteras, agrandarla, o más bien engrandecerla, hacerla ubicua, rigurosa pero de puertas abiertas: no declararla el enemigo ni mirarla con suspicacia; especialmente no cuando la satanización juega con el futuro de millones.
...