31.5.12

Tudela, el fujmorismo y la extrema derecha

...
Cada vez que quiero mencionar a los intelectuales del fujimorismo acabo nombrando a dos: el historiador Pablo Macera, que se hizo fujimorista a cambio de una pensión congresal, y la lingüista Martha Hildebrandt, que se hizo fujimorista porque en el Perú no hay partido nazi. En la nómina siempre se me escapa el nombre de Francisco Tudela, acaso el fujimorista que mejor finge interesarse en el ejercicio de la inteligencia (1).

Tudela tiene un blog (no puedo dar fe de que él lo administre, pero los textos son suyos), y en él, a lo largo del último año, han aparecido unos artículos de comentario político, en su mayoría de tema internacionalista. Todos ellos están recorridos por dos ideas tan fijas que parecen haber sido concebidas no en un cerebro sino en un bloque de piedra. La primera idea es que él, Tudela, es dueño de una opinión tan lúcida y tan transparente y tan racional acerca de la política contemporánea, que no existe en el fondo diferencia alguna entre esa opinión y la más pura e impersonal de las verdades; la segunda idea, la central, es que el resto del mundo está dominado por una sola ideología, que él llama "pensamiento único" (habitualmente encarnada en el diabólico ideario de la "corrección política"), una ideología que ha invadido el universo como un espíritu maléfico.

Según Tudela, el "pensamiento único" y la "corrección política" son avatares del "viejo comunismo genocida", pieles de cordero bajo las cuales se siguen ocultando los marxistas, que no son otra cosa que criminales confabulados, hampones conjurados para capturar el planeta e imponer, sin que nadie se dé cuenta, la dictadura de la "manada única".

Lo que llamamos "democracia", piensa Tudela, es un discurso que está corrompido desde siempre, no sólo desde la revolución francesa y no sólo desde la revolución americana, sino desde Atenas (el "pensamiento único" mató a Sócrates), y hoy en día no sirve más que como un disfraz para la imposición de un totalitarismo economicista. Según Tudela, los liberales son marxistas olvidadizos, los conservadores fiscales son marxistas camuflados y los mercantilistas son marxistas de parranda. Los izquierdistas en general, claro, son primero gángsters y después marxistas.

La manera en que Tudela y varios otros sobre quienes ya escribí en su momento se refieren al "pensamiento único" y a la "corrección política" es voluntariamente engañosa y mistificadora: dentro de esos campos, según ellos, conviven Wall Street, la acción afirmativa, el feminismo, la nueva izquierda, el neoliberalismo, Fox News, los sindicatos, Lula da Silva, los postestructuralistas franceses, Borges, Disneylandia, los nacionalismos árabes y los teóricos de lo postcolonial, porque todos ellos, de alguna retorcida manera, al parecer, son hijos de Marx, hijos que lo obedecen o lo extreman, unos; hijos que lo subliman, otros; hijos que lo ocultan aviesamente, la mayoría.

Cuando uno revisa, en cambio, los nombres que Tudela propone como ejemplos de disidencia y libertad de pensamiento, es decir, como ejemplos de individuos que se deshicieron del "pensamiento único" para pensar por su cuenta, comienza a perfilarse el otro lado de la ecuación: algunos son muy esperables: críticos feroces del marxismo, como Nisbet, Dawson o Röpke; cuando piensa en el pasado más lejano, cauto, Tudela no suele referirse, como los otros, a De Maistre, demasiado identificado ya con el fascismo, al menos desde las críticas de Isaiah Berlin, pero sí se refiere a alguno de los compañeros de viaje de De Maistre, como Louis de Bonald; y le resulta inevitable arrimarse bajo el ala de al menos uno de los héroes de la extrema derecha radical contemporánea: Ernst Jünger, el mayor sensualizador de la violencia en la literatura alemana de su tiempo.

Es por lo menos perturbador descubrir que Tudela menciona a Jünger entre los pensadores cuyas ideas lograron que la pesadilla del comunismo no se impusiera en Europa y que, en virtud de ello, no vivamos hoy en un mundo como el de "la desoladora ficción de 1984 de Geroge Orwell". No sólo por la ostensible falsedad de la afirmación, enteramente gratuita, sino porque, si uno compara 1984 con Tormenta de acero, la más célebre novela de Jünger, descubre de inmediato que la diferencia crucial entre ambas ficciones es que la de Orwell denuncia el horror del totalitarismo y la degradación y deshumanización de la violencia mientras que la de Jünger glorifica la violencia e idealiza la guerra hasta casi deificarla.

No en vano el primer crítico italiano en señalar a Jünger como una inspiración y un norte ideológico fue Julius Evola, el mismo fascista del que escribí hace meses, que es el ícono de los neofascistas peruanos. No en vano, asimismo, Tormenta de acero fue lectura obligatoria en las escuelas del Tercer Reich. Recordar este último dato y releer el párrafo en el que Tudela elogia y encomia a la sociedad en que Jünger produjo su obra por no haber reprimido las ideas del autor, cuando uno sabe que esa sociedad fue la del declive de la República de Weimar, primero, y la del régimen nazi, después, produce una duda más que justificada: ¿tiene Tudela conciencia de lo que dice, o su alabanza de la libertad de opinión en la Alemania nazi es solamente un producto de su ligereza o de su ignorancia?

Algunos de ustedes recordarán los posts que escribí hace meses sobre el grupúsculo de profesores universitarios de extrema derecha que opera en algunas casas de estudio limeñas: la mayor parte de los artículos estuvieron referidos a las cosas que publica el profesor Eduardo Hernando Nieto en su blog Nomos contra anomos. En ese mismo blog, algunos artículos de Tudela aparecen publicados junto a las fotografías de los héroes intelectuales de Hernando Nieto: por ejemplo, el mencionado Julius Evola, traductor al italiano del libro fundamental del fascismo antisemita, Los protocolos de los ancianos sabios de Sion.

No es sorprendente que Tudela ande en esas compañías. Comparte con Hernando Nieto y con otros de los autodenominados "metapolíticos" (nickname preferido por los neofascistas desde hace varios años y que Hernando usa como volada cuando publica artículos de Tudela) más de un rasgo: el placer declarado por la literatura fascistoide; el enmascaramiento del radicalismo extremista de derecha bajo la apariencia de disidencia; la proclamación de una lucha heroica emprendida contra un sólo gran enemigo (el "pensamiento único"); la mentalidad paranoide que encuentra en todas partes conjuras y confabulaciones secretas y que no es otra cosa que una tendencia a reemplazar la racionalidad con teorías conspirativas.

Sería injusto dedicar todo este espacio a Francisco Tudela y no hacer siquiera una pasajera referencia al momento clave de su historia intelectual: esos mítines fujimoristas en que el miserable dictador ponía la música y Tudela bailaba, como un simpático monito de feria, con sus esperanzas puestas en la vice-presidencia del país, dispuesto a soportar cualquier ridículo con tal de obtenerla. No lo menciono para prolongar la vergüenza: creo que es un momento que lo describe, y que describe el espíritu mismo de ese fascismo lumpenesco que fue el régimen de Fujimori y creo que también describe su pobreza intelectual, la miseria y la banalidad de sus proyectos frustrados.

También el profesor Hernando y varios otros de los "metapolíticos" apoyan al fujimorismo, aunque lo hacen con la distancia peculiar de quien se siente distinto. (Hernando está tan sumergido en su coqueteo perpetuo con los fascistas del pasado que Fujimori le parece un "libertario", aunque eso no le impidió darle su voto a Keiko Fujimori). ¿Qué cosa atrae a estos personajes, aunque sea intermitentemente, hacia el fujimorismo? Mi impresión es que les agrada y les cae bien el vacío intelectual de Fujimori y los suyos: son como la mota que borra todo lo escrito y nos deja con una pizarra en blanco.

En el caso concreto de Tudela, a la luz de sus propios artículos, uno acaba por llevarse la impresión de que el fujimorismo representaba para él, por supuesto, un mecanismo rápido de llegada al poder, pero no sólo eso: la forma en que Fujimori destruyó el sistema democrático peruano no tenía por qué dolerle a alguien que juzga a toda la democracia contemporánea un cadáver doblemente enterrado; la falta de principios del fujimorismo resulta una especie de hermano gemelo casual de las críticas al "pensamiento único" y la "corrección política" que esgrimen personajes como Tudela y los otros. Los "metapolíticos", con la mente bloqueada por sus teorías conspitativas, no creen básicamente en el mundo real sino en los fantasmas que ellos mismos construyen; para ellos, la democracia es una cortina de humo; el fujimorismo, por su parte, no cree en las leyes morales por las cuales los demás tratamos de guiarnos y por eso los consensos de la democracia le resultan idiotas y despreciables.

Ese es el punto en que ambos convergen. Ambos representan una forma de aborrecimiento ante la intelectualidad, aunque los fujimoristas comunes muestren su horror abjurando de la necesidad misma de razonar y los "metapolíticos" lo hagan reemplazando la razón por una seudo-razón extraviada y enloquecida.

--
Este post apareció por primera vez el año pasado en mi antiguo blog.

(1) Y, como un amigo me hace notar, se me escapa más persistentemente aun el nombre de Fernando de Trazegnies, por razones que prefiero dejar inexploradas por ahora, pero que deben relacionarse con mi insistencia en obviar a los intelectuales cuando ninguna idea me conduce a ellos.
...

¿Por qué sería bueno que el mundo terminara el 2012?

...
[Publicado originalmente en la revista Soho, hace dos números].

No soy supersticioso. Mi sincero deseo de que el mundo se acabe el año 2012 no responde a una corazonada ni tiene nada que ver con predicciones atribuidas a los antiguos mayas. Proviene, más bien, de una serie de lecturas concretas. He leído, por ejemplo, el libro Temple at the Center of Time, de David Flynn, historiador aficionado que, partiendo de ciertos manuscritos de Isaac Newton, predice que el fin del mundo llegará en el año 2013. Newton, que al final de sus días estaba más interesado en el juicio final que en la gravitación universal, predijo que la cosa sería el 2060, pero Flynn le enmienda la plana con una profusión de datos en los que no vale la pena dudar.

He revisado también, en el website de CNN, en el que deposito ciegamente toda mi fe, un cable de Reuters, fechado el 2 de setiembre del 2003, en que se informa que un equipo de astrónomos británicos ha anunciado la catastrófica colisión de un asteroide con nuestro planeta para mediados del año 2014. También he consultado el volumen Armageddon 2015, de David Walters, donde se pronostica, sobre la base del Libro de las Revelaciones de la Biblia, que Cristo volverá a la tierra el año 2015, y que, con su regreso, se marcará el final de los tiempos. 2013, 2014, 2015. Me he encontrado con avisos semejantes que predicen el apocalipsis para los años 2016, 2017 y 2018, pero les ahorraré el susto de leerlos aquí. No he pasado de esa fecha porque tengo un sentido sumamente modesto del futuro: soy lo que se llama un cortoplacista.

Podría decir que deseo que el mundo acabe el 2012 para no tener que vivir en vilo todo el 2013, año evidentemente signado por la mala suerte, pero prefiero sustentar mi deseo en dos motivos más tangibles. El primero es que un fin del mundo inmediato nos salvaría de todos esos otros apocalipsis, que son una carga demasiado pesada para un mundo tan frágil como el nuestro. El segundo motivo es más provinciano y localista, más estrictamente nacional: el fin del mundo empezó en el Perú hace años y sus próximos episodios —considerando, como lo haría el viejo Marx, que la historia no se repite, pero que, cuando lo hace, lo hace de manera grotesca— no pueden ser sino caricaturescos y no poco degradantes.

Me explico. Tengo la absoluta convicción de que, de no ponerle un punto final a la historia lo antes posible —en un sentido literal y no en el sentido timorato de Fukuyama y compañía—, durante las próximas tres décadas el Perú elegirá democráticamente, como presidentes constitucionales, a Alan García (dos veces), a Keiko Fujimori (dos veces), a Kenji Fujimori (una vez, porque hasta la curva del Armagedón tiene que combarse en algún punto), probablemente a Alejandro Toledo (aunque quizás haya sido demasiado bueno para merecer otra oportunidad) e incluso a Belaunde (sí: me refiero a Fernando Belaunde; sí, entiendo todo lo que eso implica). Además, estoy convencido de que, durante cada uno de esos regímenes, Antauro Humala intentará un golpe de estado, y sé que por lo menos una vez tendrá éxito. ¿Por qué sé todo esto? Porque también he leído el Apocalipsis de San Juan, y, caballos más caballos menos, creo que nuestra historia está escrita en esas páginas.

O quizás en el último párrafo de “La muerte y la brújula”, el cuento de Borges, donde la víctima de un asesinato inminente le da consejos a su victimario para la próxima vez que lo mate: nuestra historia reciente me deja esa impresión de suicidio deseado, de asesinato con colaboración del muerto. Y creo que antes que seguir en esa espiral de paulatinas descomposiciones, bien podríamos optar por la salida rápida de desaparecer de una vez por todas. Después de todo, en el Perú ha habido un solo profeta verdadero, César Vallejo, y él escribió que “esta dicha tan desgraciada de durar” algún día “se acabará violentamente”.
...

18.5.12

Carlos Fuentes, taumaturgo

...
En 1969, en su libro La nueva novela hispanoamericana, Carlos Fuentes se encargó de poner en blanco y negro lo que la mayor parte de los autores del Boom pensaba acerca de su propia relevancia en la historia de la literatura de América Latina: Fuentes afirmó que con él y sus contemporáneos se refundaba la narrativa de la región, que con ellos empezaba la verdadera modernidad en nuestras letras. Las excepciones, autores como Borges, Onetti o Carpentier, eran asimilados al grupo como antecedentes. El gesto era de una arrogancia suprema: desconocía cualquier relevancia a la novela latinoamericana del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Implicaba una reescritura de la historia.

Uno puede execrar esa arrogancia. Pero, al mismo tiempo, es casi imposible suponer que, sin ella, hubieran podido escribirse muchas de las novelas de Fuentes y las novelas del Boom en general. Vargas Llosa hablaba de intentar “la novela total”. Se decía que García Márquez había asesinado y suplantado a Dios. Fuentes proyectaba fundir mito e historia en una nueva forma de relato, y se saltaba a la garrocha la literatura mexicana para presentarse como hijo directo de Joyce, de James, cuando no de Shakespeare y Cervantes (reconocía, sí, la impronta teórica de Paz detrás suyo, el esfuerzo casi sobrehumano de Rulfo). Así como Poe había escrito un ensayo dedicado a considerar la sutileza técnica de su propio poema “El cuervo”, Fuentes escribió (en inglés) un largo artículo con el objetivo de descubrir los innumerables niveles de sentido encerrados en su novela corta Aura.

Eligió bien: es posible que Aura, ese relato fantasmal, insólito, grotesco, sobre la inconsciencia y el anacronismo de la vieja aristocracia mexicana, una nouvelle deslumbrante de inagotable interpretación, sea el texto más brillante de su obra, un relato que Borges hubiera podido llamar (pero no llamó) “perfecto”. Sus grandes novelas históricas, o de aliento histórico, o mítico-histórico (La muerte de Artemio Cruz, La región más transparente), parecen a veces baldadas por la intención de ser alegorías, y acaso, curiosamente, la distancia que crece hoy entre ellas y nosotros sea consecuencia de la misma intención de modernidad que Fuentes creía su mérito mayor: hoy, seducidos por la postmodernidad, somos menos tolerantes con la inclinación de un novelista a presentarse como el taumaturgo que inventa un universo ficcional en el que están contenidas todas las respuestas a los misterios del universo real. Pero la rueda del tiempo dará una vuelta más, tarde o temprano, y acaso en el futuro volvamos a leer esos libros como túneles excavados hacia verdades trascendentes. Túneles suntuosos y laberínticos, proyectados por la mano de un escritor que muchas veces fue notable.

(Publicado originalmente hace dos días en la revista Siete)
...

16.5.12

La mujer es la culpable

...
Según dijo hace años el obispo de Tenerife, hay menores de 13 años "que desean el abuso e incluso te provocan". Ustedes y yo leemos eso y sentimos ganas de tener a este obispo en frente para pegarle un puñetazo, incluso los que nunca en la vida hemos dado un puñetazo. Nuestra reacción es natural: se llama indignación. Y es una forma particular de indignación: la sentimos cuando un miserable intenta culpar a una víctima del crimen cometido contra ella por su victimario.

Todo lo agrava el hecho de que se trate de crímenes realizados en el marco de una relación jerárquica, llevados a cabo por un poderoso contra la persona sobre la cual ejerce su poder: un jefe sobre un empleado, un adulto sobre un niño, un padre sobre su hijo, un sacerdote sobre un monaguillo, un profesor sobre un alumno, un jefe político sobre un seguidor, un psiquiatra sobre un paciente, un consejero espiritual sobre un discípulo, un policía sobre un recluso, un oficial sobre un soldado, un instructor sobre un recluta, etc.

El último escándalo de ese tipo en el Perú, caso pendiente de juicio cuyos resultados falta conocer, es el del congresista Walter Acha y su ex jefa de prensa, Idelia Calderón, que lo acusa de haberla drogrado en un hotel, haber abusado sexualmente de ella, haberla dejado embarazada, haber reconocido el hecho y haber aconsejado un aborto que finalmente no debió forzarse porque ocurrió naturalmente, debido al estrés de la situación. Existe una grabación que parece apoyar muchas de esas presunciones.

Mientras el partido de gobierno expulsa a Acha y el consenso parlamentario parece ser levantarle la inmunidad lo antes posible para que sea sometido a juicio, no faltan los pupilos del obispo de Tenerife, que prefieren, antes de cualquier averiguación, echar sombras sobre la posible víctima, deslizar comentarios intrigantes sobre la conducta de ella, poner en duda cada una de sus palabras, dibujar una sonrisa cínica ante sus declaraciones, y acusarla implícitamente de propiciar la intimidad con Acha, o incluso de sostener una relación voluntaria aunque clandestina con él. Para ellos, no hay que juzgar el posible crimen: primero hay que juzgar a la posible víctima.

La primera es Luisa María Cuculiza. La conocemos desde hace tiempo. Es la hipócrita que se ha pasado veinte años vendiendo una imagen de defensora de la mujer sin tener el menor escrúpulo para, al mismo tiempo, apañar el crimen misógino más masivo de la historia del Perú: el caso de las esterilizaciones forzadas ordenadas por el gobierno de su patrón, el criminal Alberto Fujimori, al que ella representó y representa en el Congreso de la República hasta el día de hoy.

Cuculiza, tras recitar alguna condena burocrática y formulaica contra el congresista Acha, pasó a explayarse acerca de las oscuridades del espíritu y los errores lógicos de una mujer que aceptaba dormir en una misma habitación de hotel con el parlamentario, a pesar de que todas las versiones publicadas hasta hoy señalan que Idelia Calderón fue llevada a esa habitación con engaños y después, según dice su acusación, incapacitada con drogas y dejada inconsciente.

Y para que la cosa no quede ahí, para darle a sus declaraciones ese toque adicional de bajeza que todos hemos aprendido a esperar del fujimorismo, Cuculiza señaló que Idelia Calderón no debió dormir en esa habitación porque debió "guardar respeto y distancia con su jefe". Así es: Cuculiza sostiene que la violación jamás se habría producido si Idelia Calderón le hubiera "guardado respeto" a su jefe. Se puede especular si quien dice tal cosa es totalmente idiota o si es simplemente hipócrita. Está fuera de discusión que quien dice eso es un cuerpo ocupado por un espiritu muy pobre.

Entonces surge el segundo discípulo del obispo de Tenerife: Beto Ortiz. Ortiz aparece de inmediato en las pantallas de nuestros televisores para defender la postura de Cuculiza. Se refiere a ella como una "reconocida defensora de los derechos de la mujer". Entrevista al abogado de Idelia Calderón y la conversación no sólo produce indignación sino además, curiosamente, vergüenza ajena: Ortiz claramente no sabe nada sobre el caso, sus preguntas son torpes, sus datos están errados, su información es patentemente incompleta, pero lo que está realmente mal, lo que resulta chocante, es que Ortiz despliega todos y cada uno de los argumentos de la más envejecida y aberrante misoginia.

Ortiz, que durante casi toda la entrevista hace la mueca de una sonrisa sardónica, como si con ella desarmara los argumentos del abogado, y que claramente confunde el cinismo con inteligencia, se suma con sus posturas a la idea (la típica idea machista) de que cualquier mujer que provee a su victimario con la posibilidad material de cometer una violación es la verdadera responsable de la violación, alguien a quien hay que mirar con suspicacia, alguien en quien hay que sospechar malicia, cuando no, directamente, culpa.

Todo eso, que ya sería un extremo de miseria en cualquiera, es poca bajeza para los estándares de Ortiz. Por eso añade más: pone en duda la catadura moral de Calderón deslizando la idea de que todo lo que la mujer busca es escándalo y el posible beneficio de un escándalo. En el colmo de lo patético se atreve a colocarse a sí mismo como árbitro moral preguntando por qué Idelia Calderón no abrió el proceso en silencio, para salvar en el futuro a su hijo de la crisis emocional de saberse producto de una violación. El abogado le informa a Ortiz lo que cualquiera que hubiera seguido las noticias ya sabía: que el hijo no existe porque Idelia Calderón sufrió un aborto natural.

Cualquier otro se callaría un instante para evaluar lo triste de esa circunstancia. Ortiz no: él reacciona de la única manera en que puede hacerlo un alma tan penosa como la suya: primero, sonríe; luego, sugiere que ese aborto hace el caso de Calderón todavía más sospechoso. "Eso complica más, ¿no? Quita credibilidad", dice, patéticamente. Y, por último, menos de un minuto después de haber expresado su hipócrita preocupación por el futuro del niño, Ortiz bromea sobre la desaparición del nonato: "Providencial el aborto, en todo caso", dice. Y uno, sentado frente a la tele, siente náuseas.

Quiero regresar sobre un punto: el momento en el que Ortiz dice: "no había necesidad de exponer un tema de tanta intimidad en la televisión". Si no estuviera claro que el guión de esta nefasta entrevista parece escrito por un misógino activista, un flagrante enemigo de los derechos de la mujer, esa frase lo hace nítido y transparente. En el Perú, como en todo el mundo, se producen violaciones sexuales diariamente y la inmensa mayoría no son denunciadas. Y todos sabemos que la razón más común para la falta de denuncias es que cientos de miles de mujeres agredidas intuyen que, en caso de denunciar una violación, no faltará quien quiera ponerlas en el banquillo de los acusados.

Y Ortiz les acaba de dar un buen motivo para seguir temiendo, para seguir en silencio. En efecto, Ortiz, como Cuculiza, ha colocado a Idelia Calderón en el banquillo de los acusados sin siquiera tomarse el trabajo de revisar el caso, sin conocer ningún pormenor. Y con cada sospecha gratuita sobre ella, ha levantado un fragmento de culpa de los hombros del acusado.

Es cierto, como dije: Acha es un acusado, no un reo sentenciado, y los periodistas tienen el deber de excavar más allá de la superficie, pero eso no implica voltear la relación entre acusado y acusador por puro prejuicio, y nadie puede ir más allá de la superficie sin conocer siquiera la superficie. Porque entonces el periodista se descubre como un inepto, y la ineptitud de un periodista puede tener consecuencias muy graves: consecuencias que, en este caso, van más allá del caso particular y atañen a todo un problema social.

No es necesario que una mujer sea secuestrada en un paradero de microbús, arrastrada a un callejón, golpeada en la oscuridad, y penetrada entre amenazas para que juzguemos que ha sido violada. Las mujeres pueden ser violadas por compañeros de trabajo, por amigos, por amantes; pueden ser violadas en su propia cama por sus propios maridos, noche tras noche, con sus hijos durmiendo en la habitación de al lado. También pueden ser violadas por un jefe inescrupuloso en un hotel de provincia. Y si aceptaron o no aceptaron entrar en la habitación no es un desagravio para el posible violador pero, sobre todo, no puede ser un agravio para ellas.

Y Ortiz, que es tan estetóreo y tan informal con tantas cosas, debería saber que contra el abuso no se tiene que luchar en silencio ni guardar las formas. El abuso de menores, el maltrato a los hijos, la violencia doméstica y decenas de otros fenómenos criminales de nuestra sociedad, son también "íntimos", como diría Ortiz: ocurren entre cuatro paredes, sus protagonistas son próximos, la sociedad suele no sospechar nada. Y la publicidad, en todos los casos, puede ser estigmatizadora. Pero no se culpa del estigma a quien sufre la violencia del primer estigma. A menos que queramos que todos los delitos que ocurren en la intimidad permanezcan para siempre en la intimidad. Pero para eso, como dije, hay que ser o muy idiota o muy hipócrita o muy inescrupuloso, o las tres cosas al mismo tiempo.

...

13.5.12

Conmovedora hipocresía

...
Espero que a nadie se le haya pasado este domingo el conmovedor artículo de Beto Ortiz, homenaje a todas las madres que han perdido un hijo. Sería interesante, sin embargo, que Beto nos cuente por qué no ha respondido la aclaración que, un día antes, le hicieron otras personas que han perdido hijos y hermanos y esposos, acerca de las mentiras que el supuesto periodista ha dicho sobre ellos, alegremente, en días últimos. Aquí tienen el enlace y juzguen por ustedes mismos.

...


11.5.12

El nefasto Cardenal Cipriani

...
Un día, durante los años de las masacres y las desapariciones, apareció a un lado de la puerta del Arzobispado de Ayacucho una pizarra en la que se leía "No se aceptan reclamos sobre derechos humanos".

Alguien habrá pensado que era una broma, pero no: era una disposición del Arzobispo. Cuando, años después, la Iglesia Católica peruana puso a ese mismo hombre, Juan Luis Cirpriani, en el escalón individual más alto de su jerarquía, se hizo el daño mayor que se haya podido autoinfligir en su historia reciente.

No importa si uno es católico o no, cristiano o no, o, en general, si uno es religioso o no lo es: las iglesias existen debido a la necesidad humana de buscar referentes sólidos y tangibles para sus ideas morales. Ese aviso de Cipriani no era una declaración de los principios de la Iglesia (de hecho, era su flagrante transgresión), pero sí dejaba en claro cuál es la moral que, según Cipriani, la Iglesia debía defender y tratar de consolidar.

Cuando, en los años siguientes, Cipriani se convirtió en abogado oficioso de delincuentes encarcelados por crímenes contra la humanidad, cuando llamó "cojudez" a los organismos que reclaman por la defensa de los derechos humanos, cuando se ofreció de voluntario capellán para dar sermones salpicados de groserías en uno de los campos de torturas del régimen fujimorista, cuando declaró que la creación de un Museo de la Memoria no era una idea conciliable con el cristianismo, no estaba haciendo sino ser consecuente con el principio expresado en ese pizarrón huamanguino: en un país mayoritriamente católico, monseñor Cipriani es un feroz enemigo de sus feligreses, por lo menos, de los que más urgentemente podrían necesitarlo.

No tengo una estadística que respalde mi idea; es tan sólo una impresión, y la impresión de alguien que no es católico: es posible que Cipriani sea responsable de más deserciones y abandonos de la fe católica, o de la esfera de influencia de la Iglesia Católica, que cualquier otro individuo en la historia contemporánea del Perú.

Resulta casi inconcebible la idea de un joven empático y caritativo, preocupado por el bienestar material y espiritual de sus prójimos, que, viendo la ejecutoria pública de Cipriani, diga un día: "este es el camino". Es muy fácil imaginar a ese mismo joven o a esa misma chica pensando: "si esto es la Iglesia Católica, no quiero tener que ver nada con ella".

Ahora, Cipriani decide quitarle al padre Gastón Garatea el permiso eclesiástico para cumplir su misión de sacerdote católico. ¿Por qué? Porque el padre Garatea ha incurrido en la imperdonable falta de declarar que las uniones civiles homosexuales deberían ser reconocidas legalmente.

Obviamente la posición de Garatea no es la posición oficial de la Iglesia. Sospecho que considerar una cojudez a los derechos humanos y negar consejo y ayuda, o simplemente conmiseración y caridad, a las víctimas del terrorismo y de los crímenes cometidos por las Fuerzas Armadas, y servir de aliado perenne a una dictadura homicida, todo eso tampoco es una posición oficial de la Iglesia.

Pero hoy, la Iglesia que premió a Cipriani por todo eso, otorgándole obispado, arzobispado, cardenalato, un sitio en la Congregación por las Causas de los Santos y otro en la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, que lo colocó a la cabeza de la cristiandad peruana y que lo consideró entre los posibles reemplazos del Papa anterior, esa misma Iglesia, hablando a través de los labios de ese mismo individuo abominable, piensa que las declaraciones del padre Gastón Garatea lo inhabilitan para ejercer las prerrogativas y los deberes del sacerdocio.

Mi impresión es que, gracias a estas cosas, el catolicismo en el Perú, como compromiso individual, como compromiso de fe personal, se va convertiendo en una religión que sólo es justo ejercer fuera de la esfera de influencia de las autoridades de la Iglesia, por lo menos hasta que la Iglesia se limpie de sus excrecencias en lugar de otorgarles cada vez más poder y hacerlas cada vez más centrales.

Cipriani, evidentemente, no está tomando esta medida para preservar la doctrina: está cobrándose  venganza contra un sacerdote progresista, ex-miembro de la Comisión de la Verdad, contra un sacerdote intelectual que espera de sus feligreses racionalidad y, sobre todo, la convicción de que la búsqueda del bien es el principio irrenunciable de una profesión de fe cristiana. Cipriani está actuando una vez más como el leguleyo lamentable que es, el abogado de nuestros peores demonios, dispuesto a sofocar toda verdadera forma de bondad que aflore entre los suyos.

PD.- También es bueno recordar que el padre Gastón Garatea venía trabajando desde hace varios años en el área de responsabilidad social de la PUCP, de modo que este ataque también es un nuevo manotazo que Cipriani da contra la comunidad universitaria de ese centro de estudios, al que viene acosando y del que trata de adueñarse desde que tuvo el poder necesario para intentarlo.
...