6.10.12

Que los dioses te sean propicios

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Hace muchos, muchos años, cuando era chico, salí por algunos meses con una estudiante de psicología de la Católica, una chica linda, inteligente, indecisa, de grandes y rápidos entusiasmos. Le gustaba la poesía. Le leí los poemas de mis autores favoritos.

Le llamaron la atención, sobre todo, los de Antonio Cisneros. Su preferido era un poema muy corto, escrito con ese tono de parodia clásica que Toño usaba, indistintamente, en sus poemas más irónicos y en los más personales.

El poema era una celebración al nacimiento de su primer hijo, un poema de bienvenida al mundo. La chica lo aprendió de memoria (son apenas cuatro líneas). Poco después terminó conmigo. Años más tarde supe que se había casado. Se había casado con el primer hijo del poeta Antonio Cisneros.

Corrieron más años. Una noche conocí a Toño. No recuerdo si fue después del matrimonio de Alonso Rabí o si fue tras la presentación de un libro de Fernando Ampuero (ambas cosas sucedieron en la misma época y a las dos asistí, digamos, como testigo), un grupo de amigos subimos a un automóvil para ir a la casa de alguien. En el automóvil estábamos apiñados yo y una serie de personas demasiado grandes para un solo carro: Alonso Cueto, que manejaba, Fernando Ampuero, Antonio Cisneros.

Le conté a Toño la historia que les acabo de contar, sobre la chica de hacía años, que ahora era su nuera. Le divirtió. Me dijo: "Sobrino, uno no puede andar por ahí leyéndole a las chicas poemas ajenos. Esas cosas siempre cobran vida propia". Esa noche me dijo, también, que yo de perfil parecía un judío de Israel, un sabra, o un apóstol bíblico, lo que era lo mismo, pero que de frente parecía un ateo descarado; que ser ateo estaba muy mal pero que, en medio de todo, él podía respetar el descaro.

Conocer a Toño Cisneros era una cosa muy especial para mí. Cuando estaba en tercero de media, mi mamá me había dado libros suyos, libros de Mario Vargas Llosa y libros de Alfredo Bryce, para que conociera un poco de literatura peruana contemporánea: los libros de Vargas Llosa y Bryce habían sido publicados ese mismo año: eran La guerra del fin del mundo y La vida exagerada de Martín Romaña.

El de Toño, en cambio, era una rara compilación de poemas antiguos, que por algún motivo no habían aparecido en sus libros anteriores. Se titulaba Agua que no has de beber, y era de 1971. Fue el primer libro de poesía que leí sin que me lo hubiera ordenado un profesor. En los siguientes cuatro o cinco meses leí todas las novelas de Vargas Llosa, todos los libros de Bryce y todos los poemarios de Toño. Y mi vocación quedó sellada.

Así que a Toño Cisneros le debo, como a los otros dos, buena parte de lo que soy ahora y de lo que hago ahora. Cuando publiqué mi novela El anticuario quise reconocer esa deuda anteponiéndole al texto un epígrafe de Toño, tomado del poema "Oración":

Cómo hablar del amor, de las colinas blandas de tu reino,
si habito como un gato en una estaca rodeada por las aguas,
Cómo decirle pelo al pelo
diente al diente
rabo al rabo
y no nombrar la rata.

Y cuando nació mi hija Zoe, me fue imposible no recibirla con las palabras de aquel mismo viejo poema que Toño escribió para su hijo:

Oh tu líquida y redonda habitación:
la cómoda, la bien dispuesta, la armoniosa.
Y de pronto en el aire de las cuatro estaciones y los dioses:
que los dioses te sean propicios.

Antonio Cisneros no fue simplemente uno de los mayores poetas en la historia de las letras peruanas: fue una señal de su tiempo y un poderoso motor en el viaje de esa poesía en la segunda mitad del siglo veinte.

Fue ideológica y estéticamente complejo: en sus libros se reúnen elementos muy disímiles: un marxismo heterodoxo; una suerte de utopía garcilasista que si bien a veces vira hacia lo aristocratizante, otras veces se introduce felizmente en lo popular; un afán constante de mestizaje cultural; un historicismo preocupado y punzante; una poderosa unción religiosa que sólo es contenida a veces por la ironía, y una forma única de revisión de los diversos modelos del clasicismo y del barroco que jamás, pese al tono de parodia, se permite la simplificación de descartar o malbaratear esos modelos.

Su poesía no solo está atravesada de ideologías que al común de nosotros nos parecerían contradictorias. También es una consciente reflexión sobre ellas y sobre el asunto mismo de la ideología. Uno de sus poemas más bellos se aproxima al tema de manera conmovedora (porque una de las maravillas de Toño fue su capacidad de conmover profundamente con la discusión filosófica, de convertir la discusión filosófica en lo que nunca debe dejar de ser, finalmente, es decir, en una discusión sobre nuestras propias pequeñas vidas):

Si los hombres viven en la barriga de una ballena
sólo pueden sentir frío y hablar
de las manadas periódicas de peces y de murallas
oscuras como una boca abierta y de manadas
periódicas de peces y de murallas
oscuras como una boca abierta y sentir mucho frío.
Pero si los hombres no quieren hablar siempre de lo mismo
tratarán de construir un periscopio para saber
cómo se desordenan las islas y el mar
y las demás ballenas -si es que existe todo eso.
Y el aparato ha de fabricarse con las cosas
que tenemos a la mano y entonces se producen
las molestias, por ejemplo
si a nuestra casa le arrancamos una costilla
perderemos para siempre su amistad
y si el hígado o las barbas es capaz de matarnos.
Y estoy por creer que vivo en la barriga de alguna ballena
con mi mujer y Diego y todos mis abuelos

Su obsesión con los nacimientos y los cementerios, por ejemplo, parece barroca, y hondamente cristiana, y sin embargo él la convierte en una reflexión perpetua sobre la historia, sobre las reiteraciones y los ciclos de la historia, desde una perspectiva que sólo su fe salva de ser enteramente materialista. Nacimiento y muerte son las señales del tiempo: son ingresos en esferas inesperadas. Hoy que él entra en una de ellas, hay que pedir que los dioses le sean propicios.

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5 comentarios:

estamosjodidos dijo...

Quienes tuvimos la suerte de conocerlo inesperadamente compartiendo algunas copas, conversando y riendo con él, tenemos la suerte de haber aprendido y admirado su sencillez como persona y su gran talento como poeta. Nuestro homenaje anónimo para Toño.

Anónimo dijo...

Nadine Heredia se unió al lamento que genera la sorpresiva muerte del poeta peruano Antonio Cisneros, quien falleció este sábado a los 69 años. La esposa del presidente Ollanta Humala compartió a través de su cuenta de Twitter un fragmento del poema “Un perro negro” y le agradeció por su labor poética.

Antonio Cisneros (en Correo, septiembre 2012): “yo no ando metido en internet, yo soy un caballero, no ando en blogs ni mando twitters ni dialogo con Nadine Heredia, eso es para zonzos. Un montón de tristes vidas que se acompañan entre ellas, eso es las redes sociales.”

Alfredo Q. dijo...

Bien dicho, bien escrito Gustavo. Toño tenía una extraordinaria manera de asomarse a las cosas profundas con el lenguaje sencillo de la calle, con la ironía, el humor y el quiebre sorpresivo, accesible al chofer, al guachimán, al pescador, personajes que, por otro lado, estuvieron en su poesía. Muchos desconocidos tuvieron ocasión azarosa de tomar una cerveza con él y comprobar que era hombre de carne y hueso con sed de eternidad. Un cristiano de a pie, contrario al "señor obispo que manchado tiene el anillo" como escribió alguna vez.

carlintovar dijo...

Me parece que ese verso de “oscuras como una boca abierta...” está repetido, hay algo mal ahí.

Miguel Flores-Montúfar dijo...

Creo que el verso está tal cual, Carlín. Debe repetirse para que se entienda la idea.